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lunes, 31 de agosto de 2009

El privilegio de despedirse


Este fin de semana cuidé (acompañé) en el hospital a una persona muy querida en su enfermedad, afortunadamente no grave y me tocó estar presente en los últimos momentos de un señor en la cama de a lado.

No era la primera vez, pero me hizo reflexionar respecto de la despedida.

Según me dijeron, el hombre, no fue muy recto en su vida y la última parte de ésta, parecía haber estado buscando su muerte.

Lo había dejado su esposa, sus hijos estaban lejos (en EE.UU) y desde hacía poco tiempo venía sufriendo choques en su automóvil y se mantenía alcoholizado.

Me cuentan que su crisis hospitalaria comenzó con algunos problemas para respirar y al parecer insuficiencia renal. En las horas en que estuve yo en el cuarto (compartido) noté que se su carácter era recio y enérgico pero el no poder orinar y el vómito con sangre fueron los síntomas que prevalecieron en sus últimos minutos. Se quejaba y comentaba atinadamente de su estado, es decir, las últimas horas platicaba lúcidamente.

La presión arterial alta despertó la alarma en las enfermeras y estas a los médicos (muy jóvenes por cierto) los cuales notaron los signos claros de problemas en el sistema respiratorio y concretamente en los pulmones. Fue entonces cuando el médico anunció al familiar que lo entubarían (lo conectarían a una máquina que lo hará respirar) pues su estado era grave.

Lo que alcancé a escuchar al medico que le decía al paciente era “relájese le vamos a poner unos tubitos” y entonces lo sedaron e introdujeron los correspondientes tubos en las vías respiratorias. Eso fue lo último que él supo.

Para mí y mi experiencia, todo indicaba que eran los últimos momentos de la vida del hombre, pues conocía yo, bien esa rutina. El familiar se imaginaba que simplemente estaban haciendo lo último que le podían hacer, y así era, ¡pero no le decían que estaba muriendo! Solo que llamara a sus familiares cercanos.

Para cuando me fui de ahí, ni los doctores ni las enfermeras le encontraban el pulso, su temperatura era mas baja de lo normal y su piel amarillenta. No se movía a excepción del movimiento que le ocasionaba el respirador, solo eso.

Lo que me impulsa a relatar éste suceso es que los médicos no les dieron oportunidad a los familiares ni al paciente de despedirse entre ellos. Solo llegó la muerte y se los llevó, sin mas ni mas.

Ahora creo, que si existe una oportunidad de despedirse de los seres queridos, debe aprovecharse y además debe de otorgarse el derecho al paciente y sus deudos.

Dichosos los que al final de la vida,
pueden despedirse de los suyos.